Da igual que sea Navidad o su propio cumpleaños, ellos siempre están de guardia. Pasan el día entre bravas aguas, escarpadas paredes, blancas laderas o en los picos, rozando casi el cielo. Tal vez por ello hay quien los ha bautizado como los ángeles de las montañas, porque ese es su medio natural y porque allí desarrollan su trabajo: salvar vidas. Son los agentes de los equipos de rescate de la Guardia Civil de montaña de Huesca que el año pasado practicaron 324 rescates, en los que auxiliaron a 660 personas. El número de rescates descendió respecto a 2009, pero no así el de fallecidos, que se elevó a 31, la cifra más alta de la última década.
Hasta 25 grados bajo cero soportaron en Panticosa en enero para localizar a un montañero que falleció sepultado por un alud. También el mercurio jugó en su contra hace unas semanas, cuando estuvieron 20 horas en medio de una ventisca y con fuerte riesgo de aludes para socorrer a dos montañeros heridos a más 3.000 metros de altitud. Para eso hay que estar preparado. Entrenamiento, entrenamiento y más preparación forman parte de su labor diaria.
Con sol o con ventisca
En la sección de Jaca trabajan en la actualidad 18 agentes (hay además, en la provincia, grupos en Boltaña, Benasque, Panticosa y Huesca). Un jueves cualquiera, en pleno invierno y sin importar si fuera de la oficina el termómetro se desploma, si el sol amenaza con esconderse tras las nubes o si el viento se enfurece a cada minuto un poco más, salen a entrenar. El equipo lo conforman seis agentes, aunque en el cuartel se han quedado otros compañeros de guardia, por si surge alguna emergencia.
«Dos veces al mes hacemos simulacros de rescate. Hay que actualizarse y practicar para que no se nos olviden las cosas», comenta el teniente Sergio Rodríguez, responsable de estos equipos en el Alto Aragón. Y hoy es uno de esos días. El lugar elegido es una estación del valle, Candanchú, donde realizarán ejercicios para evacuar a los esquiadores de un telesilla. También está previsto que llegue el helicóptero para mostrarles un nuevo anclaje para la camilla.
Son poco más de las nueve de la mañana cuando empiezan a cargar el material en los vehículos oficiales. Y aunque no tienen intención de utilizarlos, llevan también sus esquís de travesía. «No sabemos qué tiempo hará allá arriba o si, como es normal en montaña, cambiará rápidamente. Hay que tener un segundo plan por si el tiempo impide volar al helicóptero o por si surgen emergencias».
De momento, el sol luce a la llegada a Candanchú. Arneses, cuerdas, más cuerdas, mosquetones, una polea? se podría decir que cargan con una ferretería ambulante. El lugar elegido es la silla Alto Aragón, un remonte para acceder al Tobazo y que suele abrirse solo los fines de semana, con lo que el ejercicio no entorpecerá la actividad habitual del centro.
«La estación tiene un plan de socorro para evacuar a las personas que están en el remonte por si por algún motivo se para. Pero estamos a más de 1.500 metros, si ha ocurrido algo puede haber ventisca, hará mucho frío y entre los esquiadores habrá niños y gente mayor. Cuanto antes se liberen, mejor. Por eso es normal que el GREIM (Grupo de Rescate e Intervención en Montaña) venga de apoyo», sentencia Rodríguez.
El rescate
Un empleado de la estación activa el remonte, al que se suben dos agentes, ambos instructores. El resto hará la práctica. Gracias a una de las pilonas de la silla acceden hasta el cable, por encima del cual pasan la cuerda que apoyan en una polea porque «así sufre menos». Ya abajo la deslizan hasta alcanzar la primera silla. Gracias a un puño suben hasta ella. «Es el primer tramo y solo hay cuatro metros, por lo que resultará sencillo. Aunque también nos podemos encontrar con zonas escarpadas o que el remonte esté a 10 metros», advierte Rodríguez.
Una vez arriba el agente que lleva a cabo el ejercicio se asegura al cable, pasa la polea del anclaje de la silla -para que ruede hasta la siguiente y otro compañero pueda comenzar a trabajar en ella- y monta el dispositivo para iniciar la 'operación rescate'. «El momento más delicado es cuando hay que levantar la barra. Se sacan de uno en uno, pero hay que controlar a todos. A la gente parece que le falta silla», asegura el teniente. En esta ocasión solo hay un ocupante, por lo que el guardia le coloca un arnés especial -ellos lo denominan braga y es una especie de pañuelo triangular con anillas en las esquinas para pasar un mosquetón y cerrarlo- y lo baja ayudado de las cuerdas. Después monta un sistema de rapel para descender él mismo. La intención no es otra, dice Rodríguez, «que no dejar ningún material arriba».
«La práctica es sencilla, pero cuando vamos a Francia, en los encuentros que tenemos con la Gendarmería, se sorprenden de la maniobra», manifiesta Rodríguez. Según relata, los vecinos la hacen con el helicóptero y una grúa, pero «es más difícil y más peligrosa».
Poco a poco el cielo se ha ido cubriendo y la suave brisa ha dejado atrás su adjetivo. Aún así, el helicóptero de la Guardia Civil acudirá al encuentro en Piedras Rojas -junto al cruce de Candanchú- para explicarles el nuevo anclaje de la camilla. «En un 80% de los rescates está el aparato. Facilita la aproximación de los agentes al accidente y permite una rápida evacuación de los heridos», aunque matiza el teniente que, como no siempre se puede contar con él por la meteorología, a pesar de que insiste que hay veces que ha ido hasta Pamplona en busca de una ventana de buen tiempo por la que adentrarse para colaborar en una operación grave, ellos son «autosuficientes». A este calificativo habría que añadir el de sacrificados, porque el aviso puede llegar a las 15.00 o las 4.00 o porque el rescate puede durar una o 20 horas; y vocacionales, porque salvan vidas en muchas ocasiones en condiciones extremas. Por ello, y solo por ello, siempre se les llamará 'los guardianes de las montañas'.
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