13 de marzo de 2008

Unidad Emergencia Social - Cruz Roja / Zgz

Al cobijo de un café amigo

Por la noche, las calles de Zaragoza cambian su ritmo, nada que ver con el hormiguero que son por la mañana. Sólo un puñado de personas busca un lugar tranquilo donde dormir al raso. Hacen de bancos, cajeros automáticos o soportales unos improvisados dormitorios. La Unidad de Emergencia Social de Cruz Roja los visita cada noche.


Zaragoza.- Son las 21.00 y el termómetro marca cinco grados. Unos van camino de casa, otros están pensando en volver. Aunque también hay gente que sale para dar su calor a los que su hogar es la calle. Cruz Roja cuenta con una Unidad de Emergencia Social (UME) que todas las noches, de lunes a viernes, recorre los barrios de Zaragoza atendiendo a las personas sin hogar.
Lo primero es cargar el furgón de galletas, sacos y el termo bien caliente para templar los cuerpos que hoy dormirán al raso. Esta noche la tripulación está formada por ‘Capa’, el conductor, que lleva más de 30 años como voluntario de Cruz Roja; Patricia, la asistente social; Gloria Fraile, voluntaria recién incorporada y María Pérez, que ya lleva un año y medio colaborando desinteresadamente con este servicio.
“Las galletas o el café no son más que un pretexto para conocerlos y que nos conozcan”, explica Capa. La UME este año también ofrece sacos que ha donado el Ejército, “uno por campaña y por persona –aclara Patricia-. En otras ocasiones el Movimiento por la Paz, el Desarrollo y la Libertad nos ha facilitado mantas… Solemos actuar coordinados con otras entidades”.


Este proyecto comenzó en Cruz Roja de Zaragoza en 2005. En la unidad móvil siempre viajan dos trabajadores y unos cuantos voluntarios del total de 30 que ofrecen su tiempo en este proyecto. “Los voluntarios ofrecen un apoyo a los trabajadores y hacen sentir a la gente que duerme en la calle que hay alguien que se preocupa por ellos”, explica Susana Royo, coordinadora del proyecto UME en Zaragoza y trabajadora social.
El calor no sólo entra por el café. También de la charla y de la ternura que ofrecen los integrantes de la UME. “Cuando me jubilé tenía muchas ganas de conocer esto –asegura Gloria-. Y me he llevado una sorpresa porque los usuarios son muy majos. La mayoría lo que quiere es hablar”.
“Los voluntarios adquieren otra visión de estas personas –añade Susana Royo-. Cuando no los conoces no puedes imaginar que se llevan unas conversaciones con ellas sorprendentes”.


A la sombra de los focos del estadio
Los primeros en ser atendidos son Michael y Luis. El primero no duerme en la calle, pero se dedica a “ayudar” a los conductores que aparcan en la Romareda y nunca dice que no a un cafecito con galletas. “Las enfermeras me vuelven loco, cuando cambia el turno vienen todas en coche a la vez y no doy a basto”, suspira este hombre al que le encanta hablar.
Sin embargo, Luis puede pasar desapercibido a simple vista. Silencioso, su cuerpo menudo se ha mimetizado con el muro de las antiguas taquillas de la Romareda. Está acostado sobre unas mantas y a su lado descansan un cartón de vino y un batido de chocolate. Se ha parapetado
tras un panel gigante que hasta hace poco no era un cortavientos sino un cartel que promocionaba una película de los cines Renoir. “Esta noche he decidido pasarme al Islam”, comenta jocoso para explicar porqué ha improvisado una bufanda como turbante.
Cuando las voluntarias se acercan a preguntarle si le apetece un café, Luís responde zalamero: “Très bien. Tráeme un café, pero con alegría”. Su voz llega amortiguada tras la manta que le cubre la boca.


“Empecé con esta pareja (Michael y Luis) –recuerda Gloria-, y no me los esperaba así. Algunas noches tenemos conversaciones con ellos muy interesantes. Saben muchas cosas, incluso idiomas, y te las explican”. Patricia, la asistente social de la Cruz Roja, comenta que “en la calle duerme gente muy culta, incluso con formación universitaria. En su mayoría son hombres (desde los 18 a los 80 años), con escasa o nula relación con su familia. Muchas veces su problema es que no han superado la crisis del divorcio. Pero para mí, los grandes desconocidos, de los que no se sabe nada, son las familias de los Sin Techo”.
“Son personas que han tenido una vida normal pero que por causas personales, separaciones, depresiones, adicciones, etc. han llegado a esta forma de vida –analiza Royo-. Nosotros no juzgamos sólo queremos dejar claro que si nos necesitan, ahí estamos. Hay otras personas que no quieren salir, que ellas deciden estar allí. Con ellas intentamos vigilar que estén bien, que vayan al médico. Incluso a veces tramitamos incapacitaciones para que se los interne en algún centro”.


Por parte de la trabajadora social se ofrece información sobre los recursos públicos a los que pueden acceder, muchos de ellos integrados dentro de la Coordinadora de Centros y Servicios para Personas sin Hogar de Zaragoza, como el Albergue municipal o la Casa Abierta. Este servicio informativo nocturno está coordinado con el asesoramiento que ofrece Susana Royo por las mañanas en la sede de Cruz Roja.


En porches y cajeros
Galletas, bollos, batidos o café. Muchas personas esperan cada noche a los voluntarios de Cruz Roja, pero también hay gente que rechaza su ayuda. “Tratamos de respetar su decisión porque no se trata de molestarles o de despertarlos”, explica Patricia.
“Las personas sin hogar suelen instalarse en lugares próximos a los recursos que les interesan, como comedores o el albergue”, explica Patricia. Por ese motivo, uno de los lugares con más usuarios es la zona periférica del parque Bruil.
Las voluntarias buscan en los bajos de una parroquia a un par de jornaleros que suelen dormir allí. En esta ocasión no están. Continúa la búsqueda. Esta vez en el porche de un edificio, tras una salida de ventilación del garaje, un hombre joven ha hecho su campamento.


- ¿Qué tal te encuentras?
- Mal.
- ¿Has ido a Urgencias?
- No. No quiero. Quiero morirme. A nadie le va a importar. Quiero estar solo, dejadme.

- Bueno, mañana pasaremos a ver cómo sigues. Pero si te duele ve a Urgencias, por favor.


El hombre se despide con un gruñido y la UME sigue al encuentro de más usuarios.
En un cajero de la CAI dos hombres están recostados. Su aspecto cuidado y su cara amable no les delata. Parece como si estuvieran fuera de lugar. Como si no les correspondiera dormir en un cajero automático. Se trata de un lituano y un ucraniano. No quieren que les saquen fotos, porque ellos son trabajadores que están pasando una mala racha. Aseguran que hoy no han podido dormir en el Albergue por falta de plazas. El más joven de los dos, que parece un padre que ha ido a buscar a su hijo a la guardería, relata que él trabaja en la construcción, pero en trabajos esporádicos que no le permiten mantener una casa. “Ahora es difícil encontrar trabajo, pero estoy buscando”, comenta con su marcado acento del Este.


Susana Royo aclara que “hay personas que encuentran trabajo pero con los sueldos de hoy en día a veces no llega para alquilar la habitación, la comida, etc. Estamos trabajando con los recursos que hay para estas personas para conseguir su emancipación y aunque sea poder conseguirles una cama en un piso compartido con otras cinco personas”.
“Nunca he tenido ningún problema con esta gente –asegura María-. La mayoría tiene buenas formas y simpatía con nosotros. Es curioso cuando, por el día, te cruzas por la calle con alguno de ellos. No te reconocen sin el chaleco de la Cruz Roja.


Artículo publicado en Aragón Digital por Blanca Enfedaque Losantos
20080313
http://www.aragondigital.es/asp/noticia.asp?notid=43694&secid=9