Todavía recuerdo, la mañana de aquel jueves 12 de julio de 1979, cuando desperté alarmado por el ruido de los helicópteros de la Base Área Americana de Zaragoza al sobrevolar por encima de mi casa. De inmediato conecte la radio y pude enterarme del terrible incendio que estaba aconteciendo en el Hotel Corona de Aragón. Sin dudarlo me enfunde las botas, el pantalón marino, la camisa azul celeste y el casco, para salir corriendo hacia el reten de la 49 Brigada de Socorro de Cruz Roja, situado a mil metros en lo que hoy es el Edificio Pignatelli del Gobierno de Aragón. Pude salir con la última ambulancia del parque móvil, solos el conductor y yo, para recorrer lo más rápido que pudimos, los quinientos metros distantes del lugar por las calles Madre Rafols y Ramón y Cajal, hasta la misma puerta de la cafetería Formigal. Para llegar tuvimos que atravesar un buen número de tendidos de manguera que cruzaban la calle Ramón y Cajal para perderse en la fachada posterior del edificio del hotel Corona de Aragón. Lo primero que pude ver fue el camión de la Base Americana y sus ocupantes vestidos con su traje de tejido incombustible. Una vez allí recuerdo un gran control dentro del descontrol reinante, cientos de brazos ayudando en lo que podían o eran requeridos.
Mi actuación estuvo carente de notoriedad vista desde el plano de la intervención directa, pero estuve allí, colaborando en lo que podía, unas veces repartiendo leche a los bomberos, otras recogiendo pilas por las tiendas de los alrededores para las linternas de los equipos de intervención, hasta, a eso del mediodía ayude a sujetar una de las lanzas de incendio, que a duras penas, suministraba la suficiente presión para hacer llegar el agua a poco más del penúltimo piso, y todo ello, gracias a la pericia del bombero que la guiaba desde la mediana de la Vía Imperial (avenida de Cesar Augusto) con la colaboración e improvisación de abnegados voluntarios que sujetaban y arrastraban la manga a una sola orden.
Pude ver a la Policía Militar, haciendo pasillo para que nada impidiera el paso de las ambulancias en dirección a los hospitales de zona Sur de la ciudad. A la Policía Local reventando el silbato, y lo digo literalmente, como le ocurrió al que estaba frente al Hospital Provincial que se tuvo que quedar con el mío para poder continuar y no quedarse mudo en momentos tan críticos.
Guardo especial recuerdo a los primeros en acudir en auxilio de las victimas con sus escaleras de mano desde el Hospital Provincial donde estaban trabajando como electricistas, y a los empleados del Teatro Fleta, en donde se atendió inicialmente a los clientes del hotel en un improvisado albergue de campaña. A Emilio del estudio fotográfico Narwy que casualmente pasaba por allí y pudo recoger en imágenes la tragedia en sus comienzos.
Todavía el Corona siguió dejando su marca en mi memoria lo largo de los días. Por la tarde nos trasladamos al tanatorio del Cementerio de Torrero un pequeño grupo de voluntarios, junto al médico de Cruz Roja en lo que hoy llamaríamos asistencia psicosocial de emergencia y que en su momento fue el inicio vocacional de alguno de los presentes. Al día siguiente estuvimos en la Sede de Cruz Roja recibiendo llamadas interesándose por la lista de fallecidos. Hay que decir que la Sede de Cruz Roja, había sido hasta hace poco Hospital y todavía figuraba como tal en la mayoría de registros sanitarios.
Al final y durante meses se pudieron ver las sombras de lo que dejo el incendio, un edificio vallado oscuro y gris con un misterioso silencio solo roto por el desaire de las puertas, inducidas por viento. Así es como recuerdo yo, aquellos momentos que me toco vivir hace treinta años.
El Periódico de Aragón
Las cámaras que filmaron el incendio
Los primeros días de funcionamiento del Centro Territorial de TVE
30 años después del incendio del Corona
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