Ya han sido varias tormentas desde que Amaral anunciase su llegada, primero en la Expo Zgz y finalmente en un doce de octubre cercano, ni esperada y mucho menos deseada en tan señalado día. El cielo a primera hora presagiaba lluvia, cayeron unas gotas y la Ofrenda a eso de las once andaba con algo de retraso y la habitual normalidad. Pasadas las 11:30 se oscureció y el cielo se abrió, dejando caer la primera que se soporto con buen ánimo. La segunda cayó con fuerza a poco más de las 13:00, doce litros por m/2 en diez minutos. Desde mi puesto en el cruce peatonal de la calle Alfonso, Plaza Sas y Candalija, se pudieron observar escenas de abatimiento entre los oferentes al ver como las calles Alfonso y Candalija se convertían en pequeños riachuelos (en algunos ríos se ve menos agua que la que se pudo ver allí) impidiendo por unos minutos la continuidad de la Ofrenda. Todo el mundo aguanto como pudo el envite, haciendo gala al uso de la expresión “Zaragoza no se rinde”, un proceder que se rememora con el Bicentenario de los Sitios.
Los once voluntarios que asistimos a la tradicional Ofrenda recordaremos este día, no como uno más de esos récord que año tras año se superan a si mismos, más afluencia de público, más duración, o tantas cuantas más o menos atenciones hemos tenido, si no por el recuerdo emocionado de la resistencia demostrada al paso de los oferentes, no podía ser menos en este año que nos ha tocado vivir.
Los once voluntarios que asistimos a la tradicional Ofrenda recordaremos este día, no como uno más de esos récord que año tras año se superan a si mismos, más afluencia de público, más duración, o tantas cuantas más o menos atenciones hemos tenido, si no por el recuerdo emocionado de la resistencia demostrada al paso de los oferentes, no podía ser menos en este año que nos ha tocado vivir.
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